Mientras Daniel está sentado en su sillita detrás de la pantalla oscura un repentino gesto de preocupación se aprecia en sus cejas de 9 meses. Sus ojos buscan la tranquilizadora imagen de su madre. Ella le llama y hace ruidos suaves, pero los sentidos de Daniel le están diciendo que algo inusual sucede produciéndole ansiedad. Se pone el dedo pulgar en la boca para calmarse pero como no lo consigue, su boca se contrae y su cuerpo se pone en tensión. Su mamá le coge, le tranquiliza y dos minutos después Daniel vuelve a su sillita detrás de la pantalla oscura en “Babylab” (laboratorio de bebés) una unidad creada en 2005 en la Universidad de Manchester al norte de Inglaterra que investiga cómo piensan, sienten y canalizan su ansiedad los bebés.
Al ver a un conjunto de bebés, sus sentidos, emociones y habilidades motoras, el estudio toma forma; es una fuente de misterio y un sinfín de conocimientos fascinantes –al menos por lo que se refiere a los padres y psicólogos en cuanto a su desarrollo. Podemos codificar sus signos de disgusto, ansiedad o leer millones de mensajes en sus primeras sonrisas. Pero ¿qué es lo que sabemos sobre lo que se esconde detrás de esos grandes e inocentes ojos?
¿Qué parte de su comprensión y respuesta al mundo viene precargada en el momento del nacimiento y cuánto es producto de la experiencia? Estas son las preguntas que se exploran en el “laboratorio de bebés”. Si bien se ha efectuado el estudio a niños de 18 meses y sólo a 100 de ellos, en la actualidad ya existe una corriente de pensamiento sobre lo que los bebés saben y cómo llegan a saberlo.
Daniel está ahora absorto viendo una cinta de video en la que aparece un tren rojo de juguete en un tramo de vías circular. El tren desaparece en un túnel y vuelve a salir por el otro lado. Un dispositivo oculto encima de la pantalla está siguiendo los ojos de Daniel mientras sigue el tren, midiendo el diámetro de sus pupilas 50 veces por segundo. A medida que el niño se aburre o se “habitúa” como los psicólogos llaman al proceso, su atención decae, pero vuelve a remontar siempre que se introduzca una novedad. El tren podría ser verde o azul, pero en ocasiones algo imposible ocurre y el tren entra en el túnel de un color y sale de otro, adquiriendo por ejemplo el color rojo.
Variaciones de este tipo, examinando siempre la reacción del niño, ha sido una herramienta estándar del desarrollo psicológico desde los pioneros suizos en este campo, Jean Piaget, que empezó sus experimentos en los años 20. Su trabajo le encaminó hacia el convencimiento de que los bebés antes de los 9 meses no tienen conocimiento innato de cómo funciona el mundo o ningún sentido de “permanencia de objeto” (que la gente y las cosas todavía existen incluso si no son vistas). En su lugar, los bebés deben construir gradualmente este conocimiento a partir de la experiencia. Las teorías “constructivistas” de Piaget fueron masivamente influyentes en educadores y psicólogos de la post-guerra, pero en los últimos veinte años han sido “aparcadas” por una nueva generación de psicólogos y de ciencias cognitivas cuyos sofisticados experimentos les han conducido a teorizar sobre el hecho de que los bebés llegan ya equipados con alguna clase de conocimiento sobre el mundo físico e incluso programación rudimentaria sobre matemática y lenguaje. El director de “Babylab” Sylvain Sirois ha desarrollado estas espectaculares teorías sobre bebés a través de rigurosas pruebas.
Lo que Sirois y su colaborador Iain Jackson han realizado es la interpretación de una variedad de experimentos clásicos iniciados a mediados de los años 80 en los que se presentaban a los bebés eventos físicos que parecían contradecir conceptos básicos como la gravedad, solidez y continuidad. En la Universidad de Illinois, el psicólogo Renée Baillargeon, realizó un experimento en el que un panel de madera parecía pasar a través de una caja. Baillargeon y Elizabeth Spelke observaron que los bebés de 3 meses y medio prestaban más atención al acontecimiento imposible que a uno normal. Su conclusión fue la de que: los bebés disponen ya de conocimientos incorporados que les permiten reconocer si algo va mal, lo que les provoca ansiedad.
Sirois no toma partido acerca de la forma en que se realiza el experimento “los métodos son más o menos correctos, el problema es la interpretación que se les da”, dice. En una revisión crítica publicada recientemente en el European Journal of Developmental Psychology, tanto él como Jackson vierten un jarro de agua fría sobre los recientes ensayos que afirman haber observado habilidades sociales cognitivas innatas o precoces en bebés. Sus propios experimentos indican que la fascinación provocada por eventos físicamente imposibles reflejan simplemente una respuesta a estímulos nuevos. Los datos sobre el seguimiento del ojo y la dimensión de las pupilas (que se hacen más grandes en respuesta a acontecimientos que despiertan interés y proporcionan excitación de alguna forma) demuestran que sucesos imposibles involucrando objetos familiares no despiertan más atención que aquellos que son posibles pero que involucran objetos nuevos. En otras palabras, cuando Daniel haya visto el tren rojo salir del túnel varias veces estará tan aburrido como antes viendo el tren del mismo color entrar y salir.
El error en las investigaciones anteriores, dice Sirois, ha sido el llegar a la conclusión de que los niños pueden entender el concepto de una imposibilidad partiendo del hecho de que son capaces de percibir una novedad en ésta. “La explicación real es el aburrimiento”, indica.
Así pues, ¿cómo los niños pasan de jugar a las escondidas a dibujar—tarea que la hermana de Daniel de 2 años y medio realiza a la perfección mientras espera a su hermano? “Los niños deben aprenderlo todo, pero como Piaget dice, empiezan con algunos reflejos primitivos que les permiten hacer cosas, indica Sirois. Por ejemplo, existe un sistema intuitivo en el cerebro que dirige los ojos de los bebés hacia la cara humana. Partiendo de los estudios imaginación-cerebro también sabemos que el cerebro tiene una especie de compartimiento intermedio que continúa representando objetos después de haber sido eliminados del objetivo visual—una percepción duradera más que una comprensión conceptual, por lo que cuando los bebés encuentran novedades o acontecimientos inesperados, explica Sirois, “hay un desajuste entre ese compartimiento y la información obtenida en ese momento y lo que hacemos cuando aparece éste es tratar de aclararlo y eso hace que se preste atención. “Aprender, dice Sirois, es esencialmente el trabajo laborioso de resolver desajustes. La verdad es que se puede hacer muchísimo con ese órgano húmedo y pegajoso que denominamos cerebro. Es una máquina de aprendizaje fantástica”.
El examen de Daniel finaliza, coge un tigre de plástico y lo mordisquea en la cabeza, sonríe como si estuviese de acuerdo.
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