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16 diciembre 2006

El fin de una pesadilla que duró ocho tortuosos años

Se estaba yendo a Capilla del Monte de vacaciones con su marido. Tenía 38 años. Ya era madre de dos adolescentes, tenía un buen matrimonio y trabajaba 20 horas semanales en un gimnasio como profesora. Pero en el viaje a Córdoba se transportó a otro espacio: al pesadillesco mundo de las fobias.
"Empecé a sentir mucho miedo, a transpirar. 'Para el auto que me muero, que no puedo respirar', le decía a mi esposo. Habrán sido dos minutos que parecieron un siglo", cuenta Silvia Aimeri (55 años ahora). Y la pesadilla duró ocho años. Los síntomas, con el paso del tiempo, se presentaban tres veces por día. A los seis meses dejó de trabajar. Pero el recorrido por decenas de consultorios de psicólogos y psiquiatras no la traía de vuelta a la Silvia que había sido. Por el contrario, las cosas empeoraron. Ya no podía estar sola en su casa. "Había llegado a una pérdida de calidad de vida tal que tenían que sostenerme del brazo para bañarme. Todo el mundo hacía posta para estar conmigo. Ninguno de los medicamentos que me habían prescripto los psiquiatras me había dado resultado. Estaba tan desesperada que quería que un médico me dijera que tenía un mal y que me moriría. No quería morir, pero era la solución que veía."
Un día su hermana escuchó un programa de radio en el que explicaban qué era el pánico, qué pasaba durante una crisis fóbica. Tomó el teléfono y fue a Fobia Club. "Luego fue mi marido y el 17 de junio de 1997 tuve mi primer turno." Durante 200 sábados continuos jamás faltó. Hoy vive de otro modo, abandonó los gimnasios y se interesó en las fobias: es coordinadora de grupos de personas que sufren trastornos de pánico con agorafobia.

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