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21 enero 2007

Ataque de Pánico

En un mundo de presiones, conflictos, y donde el orden social se construye en base a amenazas, esta patología se evidencia más que en otras épocas.
Las palpitaciones se vuelven escandalosas, las manos comienzan a sudar, el cuerpo tembloroso no comprende qué está sucediendo. La opresión y el ahogo no dan tregua y el corazón se ha vuelto ya una máquina sin frenos. La sensación de muerte y de estar enloqueciendo lo cubren todo, y sin embargo unos minutos más tarde, la persona habrá recobrado la calma y el alivio.
Con estos signos, el “ataque de pánico” ya ha mostrado su carta de presentación a quien, posiblemente, jamás se le haya ocurrido que podría pasarle. El primer paso que darán esta persona y su familia será recurrir a una sala de emergencias, con la angustiante sospecha de un problema cardíaco. Más tarde los estudios y chequeos dirán que todo “está normal” y por entonces, el paciente ha comenzado a deambular por distintos consultorios y especialidades médicas buscando una respuesta que sólo llegará con el tiempo y un buen diagnóstico.
El “ataque de pánico” es uno de los trastornos de ansiedad más extendido en nuestra época y afecta a un 25% de la población en algún momento de sus vidas. Recién en 1978 fue descripto con precisión por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, y tuvo que esperar hasta la década del '90 para que la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo reconociera como un trastorno mental.
Si bien la frecuencia con que hoy se oye hablar de este desorden hace sospechar que se trata de un fenómeno estrictamente contemporáneo, esto no es así. “Es de suponer que el trastorno de pánico siempre existió. Sucede que los programas de educación en salud, por distintos medios, lo hicieron más conocido y, por otro lado, el actual estilo de vida ansiógeno y plagado de fenómenos estresantes seguramente incrementó su incidencia”, comenta el Dr. Alfredo Gutiérrez, dedicado desde hace más de 20 años a estudiar, comprender y tratar los trastornos de ansiedad.
Godos experimentamos ansiedades normales. El problema sobreviene cuando estas ansiedades “se basan en una valoración irreal o distorsionada de la amenaza, constituyéndose en una ansiedad patológica. Cuando es muy severa y aguda, paraliza al individuo transformándose en pánico”.
Ya en su etimología, el término alude al dios griego Pan, quien se aparecía de repente en la noche causando terror en los humanos, y oiko (casa) guarda relación con la cueva donde se suponía que moraba este dios. Es esta sensación de terror que irrumpe repetidamente la que experimenta una persona en un “ataque de pánico”, episodio que a veces dura sólo 10 minutos. Tiempo suficiente como para que alguien pierda el control y pase el resto de sus días con temor a que vuelva a sucederle, ya que no se puede anticipar cuándo va a ocurrir.
El ahogo y las exigencias del mundo moderno contribuyen sin dudas al despertar de esta patología. Sin embargo el trasfondo para explicar su aparición es más complejo e incierto. “Una de cada 30 personas presenta, a nivel cerebral, un sistema de alarma muy sensible (hipersensible) y, en algún momento de su vida y sin motivo aparente, se dispara espontáneamente (como una falsa alarma) y sin peligro exterior cierto”, explica Gutiérrez. “El estrés físico o el estrés mental reiterado que pueden estar causados por accidentes, cirugías, pérdidas emocionales o desgracias, con frecuencia suelen ser antecedentes de la primera crisis de pánico. Pero las causas neurobiológicas y genéticas tienen hoy una respuesta incompleta”, añade.
Lo cierto es que la calidad de vida de estas personas se degrada a tal punto que llegan a evitar cualquier situación en la que puedan sentirse indefensas o exponerse en sociedad por miedo a un nuevo “ataque”. A menudo suelen resignar actividades diarias y normales como ir de compras a lugares llenos de gente, manejar un vehículo y, en ciertos casos, salir de su casa. Todo conlleva a limitaciones vitales y sufrimientos. “Estas personas esperan con miedo algún desastre personal, es el llamado miedo al miedo”, aclara Gutiérrez. “Modifican conductas habituales dejando de ser quienes eran, pierden seguridad, evitan ir a los mismos lugares donde ocurrieron los ataques o donde puedan sentirse desamparados. Se aíslan socialmente y no cuentan lo que les pasa por temor a que se los juzgue”, grafica.
Por distintos motivos, la incidencia de este trastorno es mayor en mujeres que en varones; la proporción es de 1 varón por cada 3 mujeres. Se estima que esta vulnerabilidad se debe a causas orgánicas (el sistema nervioso femenino es diferente al masculino), psicosociales (la sociedad no espera lo mismo de una mujer que de un varón), y también hay razones hormonales (los cambios que sufre una mujer a lo largo de su vida la hacen más vulnerable). La ayuda profesional se torna fundamental para superar estas crisis. Los tratamientos “se orientan primero a bloquear las crisis y luego al aprendizaje del paciente para afrontarlos sin temor y así disminuir su ansiedad o miedo premonitorio”, manifiesta este especialista en la materia. “La medicación específica constituye la primera línea de bloqueo de las crisis, y el aprendizaje de habilidades cognitivas y de comportamiento para afrontarlas. Los únicos tratamientos de efectividad científica comprobados hasta el momento son la farmacoterapia específica y la terapia cognitivo-comportamental”, asegura. Esta última es una terapia psicológica muy frecuentada en Europa y Estados Unidos. A diferencia de las terapias psicoanalíticas, ésta trabaja directamente sobre las conductas para modificarlas, y ayuda al paciente a cambiar sus patrones de pensamientos, sentimientos y acciones. Se trata, en definitiva, de una terapia en la que la persona debe participar en forma activa para aprender a controlar sus síntomas.
Muchas figuras mediáticas, en distintas oportunidades, han expresado haber sufrido ataques de pánico. La actriz estadounidense Kim Basinger fue una de las tantas en hacerlo público, razón por la que aceptó protagonizar el documental "Panic" donde cuenta sus momentos de pesadilla y cómo logró superarlos. Otros personajes del espectáculo norteamericano confesaron en entrevistas que habían sufrido ataques de pánico y trastornos de ansiedad, entre ellos Nicolas Cage, Barbra Streisand y Michael Jackson. Pero quizás el más extraño de los casos ocurrió mucho antes de que este desorden se definiera como tal: el naturalista Charles Darwin habría sufrido ataques de pánico y agorafobia (miedo a los espacios abiertos). Darwin era un viajero incansable, pero un año después de su regreso de un viaje de cinco años por Sudamérica y el Pacifico, comenzó a quejarse de una "incómoda palpitación en el corazón". El "misterioso" mal lo fue debilitando y durante años, los médicos le diagnosticaron problemas nerviosos, enfermedades tropicales, envenenamiento con arsénico, agotamiento intelectual y otras enfermedades, pero nunca dieron con la palabra correcta. Si Darwin viviera, su padecer hubiera tenido nombre y apellido: trastorno de pánico.
Crisis o ataque de pánico
Ataque de pánico: aparición temporal y aislada de miedo o malestar intenso acompañado de cuatro o más de los siguientes síntomas, que se inician bruscamente y alcanzan su máxima expresión dentro de los primeros 10 minutos:
Síntomas somáticos
-Palpitaciones o taquicardia
-Sudoración
-Temblores o sacudidas
-Sensación de ahogo
-Sensación de atragantamiento
-Opresión o malestar toráxico
-Náuseas o molestias abdominales
-Inestabilidad, mareos o sensación de desmayo
-Parestesias (hormigueos)
-Escalofríos o sofocaciones
Síntomas cognitivos
-Desrealización o despersonalización
-Miedo a volverse loco o descontrolarse
-Miedo a morir

18 enero 2007

Diversos usos de medicamentos

Algunos de los más recientes medicamentos antisicóticos aprobados para el tratamiento de la esquizofrenia y el trastorno bipolar, están siendo recetados a millones de estadounidenses para la depresión, la demencia y otros trastornos psiquiátricos, sin evidencia sólida de que dichos usos no contemplados sean efectivos, según un nuevo análisis de la Agencia de Investigación y Calidad de Atención Médica (Agency for Healthcare Research and Quality, AHRQ) del Departamento de Salud y Servicios Humanos.
El estudio financiado con fondos federales sobre la efectividad comparativa de estos fármacos, llamados antisicóticos atípicos, identificó el potencial de estos medicamentos para provocar graves efectos secundarios, en tanto señaló una "necesidad urgente" de más investigaciones sobre nuevos tratamientos para la creciente población de pacientes con demencia que exhiben agitación intensa.
"Este informe enfatiza la importancia de comprender los riesgos ybeneficios de distintos medicamentos", comentó la Dra. Carolyn M. Clancy, directora de AHRQ. "Es necesario tener cuidado con el uso no contemplado de los antisicóticos atípicos, especialmente cuando se los utiliza en ancianos, y cuando la evidencia de efectividad no es buena.
Los antisicóticos atípicos son medicamentos de segunda generación, diseñados para provocar menos complicaciones neurológicas que los antisicóticos convencionales. Entre ellos se incluyen el aripiprazol (que sevende como Abilify), olanzapina (Zyprexa), quetiapina (Seroquel), risperidona (Risperdal) y la ziprasidona (Geodon). Todas han sido aprobadas por la Administración de Drogas y Alimentos (FDA) para el tratamiento de esquizofrenia y trastorno bipolar, y la risperidona ha sido también aprobada para tratar la irritabilidad en niños de 5 a 16 años que padecen autismo.
Ciertos estudios sugieren que los antisicóticos atípicos pueden ayudar a los pacientes con enfermedades mentales para los cuales no existen alternativas aprobadas por la FDA. La risperidona y la quetiapina, por ejemplo, ayudan a ciertos pacientes con trastorno obsesivo-compulsivo, cuando se las utiliza en conjunto con antidepresivos. La risperidona y la olanzapina mejoran los trastornos del sueño, la depresión y otros síntomas en hombres con trastornos de estrés postraumático relacionados con experiencias de combate, cuando se las utiliza para aumentar la terapia con antidepresivos u otros medicamentos psicotrópicos.
En general, sin embargo, los investigadores descubrieron que gran parte de la evidencia científica para el uso no contemplado de antisicóticos era de calidad insuficiente, ya que los estudios eran demasiado pequeños o carentesde rigor científico.
Los autores de la revisión que evaluaron los potenciales beneficios y riesgos de los medicamentos encontraron también evidencia sólida de que los antisicóticos atípicos pueden aumentar las posibilidades de eventos adversos. Algunos de los fármacos aumentan los riesgos de accidente cerebrovascular, temblores, aumento significativo del peso, sedación y problemas gastrointestinales.
La nueva revisión fue producida por el programa Atención Médica Efectivade AHRQ. Fue realizado por el Centro de Prácticas Basadas en Evidencias del Sur de California/RAND de la AHRQ. El centro examinó 84 estudios publicados sobre antisicóticos atípicos, y resumió la evidencia sobre varias enfermedades:
*Demencia: Un análisis demostró un pequeño beneficio para la risperidona y el aripiprazol en el tratamiento de la agitación y la psicosis. Otro sugirió que la olanzapina puede ayudar a tratar la psicosis. Pero un estudio clínico mayor, que exploró si la risparidona, la olanzapina y la quetiapina controlaban los alteraciones de la conducta en pacientes con Alzheimer, concluyó que los riesgos de eventos adversos equilibraban a los beneficios potenciales.
En general, los análisis identificaron riesgos potenciales tales como un pequeño aumento en el riesgo de muerte, y aumento de las posibilidades de accidente cerebrovascular, problemas neurológicos (como temblores ocontracciones musculares) y aumento de peso.
*Depresión: Según la investigación, para los pacientes que no se benefician con los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS), el uso suplementario de antisicóticos atípicos no fue beneficioso. Ningún estudio demostró que los fármacos proporcionen un beneficio claro para los pacientes con trastornos importantes de depresión con características psicóticas. La evidencia para depresión bipolar es contradictoria.
*Trastorno obsesivo-compulsivo: Los antisicóticos atípicos ayudaron significativamente a los pacientes que no responden adecuadamente a la terapia con ISRS, según los estudios. En general, los pacientes que tomaron los fármacos tuvieron 2.7 veces más probabilidades de mejora que los pacientes a los que se administró placebo. Las posibilidades de beneficios fueron mejores para la risperidona y la quetiapina.
*Trastorno de estrés postraumático: Los estudios en hombres con estrés postraumático relacionado con experiencias de combate demostraron que la risperidona y la olanzapina, al ser utilizadas con antidepresivos y otros medicamentos psicotrópicos, mejoraban la calidad del sueño, la ansiedad y otros síntomas. Los estudios no fueron concluyentes con respecto a los beneficios para mujeres.
*Trastornos de personalidad: Para los pacientes con trastorno de personalidad "borderline", un estudio sugirió que la olanzapina era más efectiva que el placebo, pero demostró escasos beneficios cuando se la utilizó para aumentar la terapia psicológica. No obstante, todos los estudios sobre olanzapina fueron demasiado pequeños, y los pacientes experimentaron un significativo aumento de peso. Otros dos pequeños estudios sugirieron que la risperidona puede ayudar a los pacientes con trastorno de personalidad esquizotípica, y que el aripiprazol puede ser beneficioso para pacientes contrastorno de personalidad borderline.
*Síndrome de Tourette: La risperidona es más efectiva que el placebo, según un pequeño cuerpo de investigaciones. Los beneficios de la ziprasidona son inciertos. La prescripción para dolencias no contempladas en las indicaciones es una práctica habitual pero relativamente poco estudiada en la atención médica. Un estudio financiado por la AHRQ en 2001 concluyó que alrededor del 21 porciento de los usos de medicamentos recetados fue para enfermedades no indicadas en la etiqueta. Los medicamentos cardiacos y los anticonvulsivo serán los fármacos más frecuentemente utilizados para indicaciones no contempladas. El estudio afirmó que la mayoría de los usos para indicaciones no contempladas se produce sin fundamento científico.
El informe divulgado hoy, Efficacy and Comparative Effectiveness of Off-Label Use of Atypical Antipsychotics (Eficacia y efectividad comparada del uso de antisicóticos atípicos para indicaciones no contempladas en la etiqueta), es el análisis más reciente del programa de Atención Médica Efectiva de la AHRQ. Este programa representa el primer esfuerzo federal para comparar tratamientos alternativos para enfermedades significativas, y hacer públicos los resultados. El programa apunta a ayudar a pacientes, médicos, enfermeros y otros a elegir los tratamientos más efectivos. Puede encontrarse información, incluidos los informes completos, en http://www.effectivehealthcare.ahrq.gov. FUENTE Agency for Healthcare Research and Quality

01 enero 2007

Fobias, esos miedos irracionales

Hay una divisa de los guerreros zulúes que reza: «Si avanzas, mueres; si retrocedes, mueres: entonces, ¿para qué retroceder?». Es un buen antídoto contra los miedos, esas indescriptibles respuestas que tendemos a dar a las situaciones inesperadas, a las cosas desconocidas, a los riesgos y desafíos. O, lo que es lo mismo, a los peligros. Pero no todo el mundo reacciona de igual modo ante lo peligroso. O, mejor dicho, no todo el mundo percibe como peligrosas las mismas realidades. El miedo es una sensación subjetiva que no necesariamente está vinculada a un peligro objetivo, sino que depende de la imagen que cada uno se forme de aquello que constituye la causa de su temor. Ello ocurre especialmente en el caso de las fobias, esos miedos intensos e irracionales de ciertos individuos ante hechos, situaciones, personas u objetos que para otros resultan indiferentes o pasan inadvertidos. Mientras el temor «normal» es una emoción práctica, surgida del instinto de supervivencia, que nos ayuda a detectar las amenazas y a protegernos de ellas, las fobias adoptan la forma de miedo extremo respecto de un objeto desencadenante que en condiciones normales veríamos como inofensivo. Debido a su carácter irracional y desproporcionado, las fobias escapan al dominio del sujeto. Un miedo puede llegar a vencerse por medio de la voluntad, de la reflexión o del esfuerzo personal: es lo que comúnmente llamamos «valentía». Las fobias, en cambio, se presentan como barreras infranqueables ante las que no valen las categorías de valiente y cobarde: el dominado por una fobia siempre retrocederá porque una de las características de esta dolencia es la pérdida de control sobre las propias reacciones.
Y esta misma razón explica la extremada variedad de fobias conocidas, que se clasifican según cuál sea el objeto desencadenante del pánico. Algunas están bastante extendidas -la claustrofobia o pánico a los lugares cerrados, la aviofobia o terror a los vuelos en avión-, mientras que otras afectan a un reducido número de personas pero no por ello ocasionan menores contrariedades a quienes las padecen. Hay quien es incapaz de soportar la presencia o la proximidad de determinados animales -los gatos (galeofobia), las arañas (aracnofobia), los ratones (musofobia)-, quien se amedrenta ante algunos fenómenos naturales -las tormentas (astrapofobia), la luz intensa (fotofobia)- y quien siente un rechazo insuperable a ciertos objetos, alimentos, enfermedades o personas. Si el miedo es libre, mucho más parecen serlo las fobias, a juzgar por la amplitud de sus motivos.
«Es algo espantoso, una sensación atroz, como una descomposición del alma, un espasmo horroroso del pensamiento y del corazón, cuyo mero recuerdo provoca estremecimientos de angustia». Cuando Guy de Maupassant, autor de relatos cortos tan bien logrados como escalofriantes, describía así la sensación de terror profundo o pánico, reflejaba sin saberlo un estado que conocen muchos fóbicos. La principal diferencia entre éste y el cobarde radica en que el segundo huye del peligro por falta de coraje, mientras que el primero escapa impulsado por un profundo sufrimiento que no es capaz de controlar. Por eso actúan erróneamente quienes subestiman las fobias ajenas y pretenden remediarlas mediante tratamientos de choque. Si una persona sufre agorafobia, sacarla de casa a empujones para demostrarle que el cielo no se le viene encima puede parecer un remedio expeditivo y lógico, pero en la práctica probablemente sólo consiga acentuar su rechazo a los espacios abiertos. No hay soluciones simples para los problemas ocasionados por causas complejas, y las fobias son unos de ellos.
Muy frecuentemente las fobias aparecen de manera súbita, sin un hecho concreto que las desencadene. Desde el punto de vista del psicoanálisis, se trataría de la manifestación de una ansiedad de orden interior que el sujeto traslada a un temor más real, físico y externo. La fobia así considerada se convierte en la expresión de un deseo, un temor o una fantasía inconsciente que el individuo no acepta como propios. Ni que decir tiene que, de admitir estos conflictos como punto de partida, la superación de las fobias sólo es posible a través de técnicas de psicoterapia.
Los enfoques conductuales hablan de 'aprendizajes' de las fobias a resultas de acontecimientos traumáticos del pasado o recientes. Una persona malherida por el ataque de un perro puede desarrollar una incontrolable cinofobia para el resto de sus días, del mismo modo que quien ve arder su casa siendo niño es muy probable que sufra de pirofobia. Pero hay casos en que el aprendizaje proviene de una experiencia indirecta, es decir, por efecto de influencias ajenas: la sugestión provocada por tabúes o creencias culturales irracionales del entorno -como ocurre con diversas zoofobias en países o regiones donde a determinados animales se les considera portadores de mala suerte, por ejemplo-, o la simple observación de lo que sienten y temen los otros. Desde el punto de vista cognitivo, por otra parte, la fobia suele adquirirse por efecto de estilos de pensamiento negativos que predisponen a emociones igualmente negativas. La mayoría de las fobias sociales suelen tener este origen. Si una persona insegura piensa que va a fracasar al impartir una conferencia, adoptará conductas evasivas o de aplazamiento que le abocarán a la glosofobia o miedo a hablar en público. Todo lo que contribuya a racionalizar las situaciones y observarlas en su exacto valor, así como a reconocer el verdadero origen del miedo adquirido, puede suponer un paso en la solución de las fobias. Pero tal vez la técnica más eficaz no consista en combatir directamente el miedo -una batalla con todas las garantías de perder- sino en familiarizarse con él, resignarse a su presencia, habituarse a la incomodidad de sus imposiciones, no verlo como un monstruo dominador sino como un acompañante latoso, y así hasta acabar quitándole importancia. Porque el peor de los temores, el más paralizante y persistente, es el miedo al propio miedo.